Es imposible no terminar siendo como los otros creen que uno es: esta frase de Julio César, según Gabriel García Márquez, la frase más terrible que conoce, y tiene toda la razón. El premio Nobel 1982 ha experimentado, como ningún otro, las incomodidades que traer consigo la fama y la soledad inherente a la gloria, hasta el punto de sugerir en alguna ocasión que la lectura más acertada de El otoño del patriarca (1975) debería hacerse desde la perspectiva de que esta novela era una parte de sus memorias cifradas: no la soledad del dictador sino la soledad de un escritor célebre. Memorias escritas, claro está, a partir de experiencias personales únicas, transmutadas en forma poética y reelaboradas, hasta resultar irreconocibles, mediante ese largo proceso de cocción literaria a que somete una y otra vez sus productos, en un oficio en el que la alquimia surge de la carpintería y la magia del sudor físico. Como a él le gusta repetir: 10% de inspiración y 90% de transpiración. Gabo es también un personaje público donde el escritor se fusiona con el activista político, figura reconocida en periódicos y revistas del viejo y nuevo mundo, y familiar de algún modo para millones de personas que se han vuelto sus amigos y lo han querido en todo el mundo. A partir de sus simpatías por la Cuba de Fidel Castro, la literatura de García Márquez adquirió una plusvalía real: era, desde la izquierda, la imagen arquetípica de lo que un escritor latinoamericano debía ser. Realismo mágico y antiimperialismo militante. Juan Gustavo Covo B. , Para llegar a García Márquez, Bogotá, Ediciones temas, S. A. , 1997
La expresión, "una plusvalía real", sugiere que la obra de García Márquez
Ha sido sobreestimada por la crítica contemporánea. Refleja claramente el ideal de escritor: creador insigne y militante político. Se ha beneficiado por la amistad que él tiene con Fidel Castro. Ha ganado mucho reconocimiento debido a sus ideas políticas.