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Para los griegos y romanos, bárbaros eran los pueblos extranjeros, y civilizados los hombres de las “civis” o “civitas”, es decir los habitantes del país
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El objetivo principal de este trabajo consiste en comparar los diferentes conceptos de civilización y barbarie en dos mundos a través de dos obras literarias del periodo de transición a la modernidad, que son: Facundo de Domingo Faustino Sarmiento y Breve historia de la civilización de Li Boyuan. Ambos autores han sido influidos por el eurocentrismo del siglo XIX y XX, por eso la civilización en estas dos obras está representada por Europa y por la raza blanca mientras que la barbarie está representada por lo no europeo. Sin embargo, en Breve historia de la civilización también se nota la influencia de otro tipo de etnocentrismo que es el sinocentrismo, según lo cual la cultura china es la mejor y los chinos son los más civilizados y por ello los dos autores han mostrado actitudes muy diferentes ante lo(s) europeo(s) y los conceptos de civilización y barbarie que han sacado ellos también se diferencian entre sí: Sarmiento adora todo lo europeo y quiere blanquear la raza invitando a más inmigrantes europeos a Argentina, mientras que Li Boyuan siente cierto rechazo, indiferencia, envidia, desdén y odio con otra cultura que no es la china; Sarmiento quiere destruir la cultura gauchesca, la indígena y la americana de Argentina porque opina que son bárbaras comparadas con la europea, mientras que Li Boyuan quiere conservar la cultura propia.
Las afirmaciones hechas durante una campaña electoral no tienen como objetivo la búsqueda de la verdad, sino contribuir a la conquista del poder. Así ocurrió con esta declaración del exministro francés del Interior: “Para nosotros, no todas las civilizaciones son iguales”. Si nos situamos en la primera perspectiva, la de la verdad, los argumentos utilizados por el ministro en apoyo de su tesis eran inadmisibles. ¿Cómo tomar en serio a un político que nos conmina a escoger (como si no se hubiera escogido ya) entre defensa y negación de la humanidad, entre libertad y tiranía, entre amor y odio a los demás? Por el contrario, en una perspectiva de lucha por el poder, la frase no carecía de eficacia. Permitía trasladar el debate público de los temas sociales y económicos, que no favorecían al Gobierno, a los asuntos relacionados con la moral colectiva, que suscitaban la adhesión de gran número de electores. Halagaba así la fibra egocéntrica y etnocéntrica latente en el interior de cada uno, con la proclamación de que nuestra civilización es la mejor de todas. Este uso de las palabras y los conceptos es una de las armas ya probadas del populismo.
Sin embargo, lo que hay detrás de esta escueta afirmación es un dilema real. Para distinguirlo, hay que liberarse del contexto que opone “nosotros” a “los demás” y de la idea de que es posible evaluar las civilizaciones tomadas como un todo. Las civilizaciones (o las culturas) son intrínsecamente incoherentes, cambian sin cesar, por lo que inscribirlas en una jerarquía inmutable no tiene ningún sentido. “La línea divisoria entre el bien y el mal no separa ni los Estados ni las clases ni los partidos, sino que atraviesa el corazón de cada hombre y de toda la humanidad”, escribió Solzhenitsyn; y de todas las culturas, podemos añadir. Aun así, ¿es que debemos renunciar a todo juicio de valor sobre un hecho cultural con el pretexto de que no es el nuestro? En efecto, con el deseo de huir del etnocentrismo de los racistas y los colonialistas, numerosos militantes y algunos etnólogos o historiadores profesionales consideran que habría que prohibir dichos juicios.
Barbarie y civilización son dos categorías de origen particular pero cuya aplicación puede ser universal. Sin embargo, ser civilizado no significa que se tengan estudios superiores, sino que se sabe reconocer la plena humanidad de los otros, aunque sean diferentes. No son bárbaros quienes no tienen buena educación o han leído poco, sino quienes niegan la plena humanidad de los demás. Las sociedades esclavistas y los regímenes totalitarios, que institucionalizan la desigualdad entre los seres humanos, merecen ser condenados estén donde estén.
Para los griegos y romanos, bárbaros eran los pueblos extranjeros, y civilizados los hombres de las “civis” o “civitas”, es decir los habitantes del país