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Atenea era una maestra en el arte de la guerra, pero, a diferencia de Ares, detestaba la violencia gratuita y mediaba en los conflictos con la voluntad de ponerles fin mediante la prudencia y la estrategia. Por ello se convirtió en la hija predilecta de Zeus y en una de las diosas más admiradas por los griegos, que la asociaban con la victoria y le construían templos en el filo de las acrópolis, cual línea de defensa contra posibles ataques enemigos. Paris, juez del concurso e hijo del rey de Troya, concedió la manzana a Afrodita, y esta le recompensó, tal como había prometido, con el amor de la mortal más hermosa, la princesa griega Helena. Paris hizo valer su premio raptándola, lo que desencadenó la guerra de Troya, y Atenea, despechada, apoyó a los griegos. “La de los ojos de lechuza”, como la llamó Homero en la Ilíada, fue una diosa prolífica, representante de la civilización en su lado más práctico.
Aquejado por unos dolores de cabeza insoportables, el dios hacía temblar el mundo con sus gritos. Hermes llamó a Hefesto y le pidió que abriera de un hachazo la cabeza de Zeus, de la cual surgió, ya adulta y totalmente armada, Atenea. En ese preciso momento el cielo se desgarró y un estruendo recorrió toda la tierra en un cataclismo que solo se detuvo cuando Atenea se quitó la armadura.
Así pues, Zeus evitó que la profecía se cumpliera, al tiempo que ganó a una fiel aliada que le ayudó en su batalla contra los gigantes. Atenea era una maestra en el arte de la guerra, pero, a diferencia de Ares, detestaba la violencia gratuita y mediaba en los conflictos con la voluntad de ponerles fin mediante la prudencia y la estrategia. Por ello se convirtió en la hija predilecta de Zeus y en una de las diosas más admiradas por los griegos, que la asociaban con la victoria y le construían templos en el filo de las acrópolis, cual línea de defensa contra posibles ataques enemigos. Aunque sensata y justa, la diosa, como todos los olímpicos, tenía su carácter. Era virgen y se enorgullecía de su castidad –se quitó de encima al feo Hefesto, que intentó violarla–, pero, como demostró con la guerra de Troya, también celosa. Cuando la cizañera Discordia lanzó la manzana de oro en el Olimpo con la leyenda “para la más hermosa”, no dudó en aspirar al título junto con Hera y Afrodita. Paris, juez del concurso e hijo del rey de Troya, concedió la manzana a Afrodita, y esta le recompensó, tal como había prometido, con el amor de la mortal más hermosa, la princesa griega Helena. Paris hizo valer su premio raptándola, lo que desencadenó la guerra de Troya, y Atenea, despechada, apoyó a los griegos.
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espero que te ayude