Desde la orilla opuesta del río, una pendiente suave ascendía hasta la cima. Por cada lado de este vasto plano inclinado, cubierto de hierbas amarillentas, quebradas torrenteras horadaban el suelo. Las lluvias de tormenta debían de hallar en ellas un lecho a medida de su impetuosidad... El lugar estaba desierto. ¡Demasiado desierto para mi gusto! Un hombre con un caballo podía bajar la pendiente, saltar el río y caer sobre el poblado en nada de tiempo.