Para él, un cuento era como esa embarcación, el bongo, a la que dedicó
uno de sus mejores relatos: pequeñito, para andar en aguas mansas, y con
pocas personas dentro, gente que las recorría colmada de pasiones; de
la nobleza a la traición, de la solidaridad a los celos, siempre
acechando, la muerte.