Respuesta :
es precisamente esta fidelidad a un cuerpo mundanizado, la que nos obliga a atenderlo en toda su efectiva y concreta presencia. El cuerpo de nuestra experiencia común no es nunca la de un cuerpo puramente natural, sino sobre todo - y primordialmente - la de un cuerpo cultivado. Esta concepción del cuerpo como objeto de cultura - en el sentido fuerte del colere (cuidar) latino - implica trascender una interpretación de éste como una realidad simplemente dada. El cuerpo, si atendemos con rigor a nuestra experiencia cotidiana, es siempre un cuerpo transformado a través del cultivo. A los actos incluso más propiamente naturales, se les sobreañade, por así decirlo, determinaciones y modos inexplicables en virtud de procesos y funciones puramente biológicas. Los modos y maneras de comportarse con el cuerpo, inducidos a través de largos procesos de aprendizaje y educación, constituyen la forma habitual de asumir el cuerpo propio y ajeno. La mano que señala o niega, el ojo que guiña, el puño que se cierra en signo de agresión, los dedos que aprietan en testimonio de amistad, o las piernas que se cruzan con compostura, son todas formas de un corporalidad insumida en cultura y artificio. Tal pareciera, como si el cuerpo puramente natural no pudiese sino quedar relegado a ser un simple sustrato de un cuerpo producido.