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Los afrodescendientes viven en muchos países del mundo,
dispersos en la población local o formando comunidades.
La mayor concentración puede encontrarse en América
Latina y el Caribe, donde se estima que su número
asciende a 150 millones de personas. Tanto los
descendientes de los africanos transportados a las
Américas durante la trata transatlántica de esclavos hace
muchas generaciones como los que se han trasladado
más recientemente a esa región, a Europa y Asia, e
incluso dentro mismo del continente africano, constituyen
uno de los grupos más marginados. Son un grupo de
víctimas concreto que continúan siendo discriminados
como legado histórico de la trata transatlántica. Incluso
los afrodescendientes, cuyos antepasados no han sido
esclavos, sufren el racismo y la discriminación que todavía
subsisten hoy día, muchas generaciones después de que
se haya terminado el comercio de esclavos.
En 2001, la Declaración y Programa de Acción de Durban
(DPAD) aprobada en la Conferencia Mundial contra el
Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las
Formas Conexas de Intolerancia, reconoció que la
esclavitud y el comercio de esclavos eran tragedias
atroces en la historia de la humanidad, no sólo por su
barbarie sino también por su magnitud, su carácter
organizado y su negación de la esencia de las víctimas.
También reconoció que la esclavitud y la trata de esclavos
constituyen, y siempre deberían haber constituido, un
crimen de lesa humanidad y son una de las principales
fuentes y manifestaciones de racismo, discriminación
racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia. Los
africanos y afrodescendientes fueron víctimas de esos
actos y continúan siéndolo de sus consecuencias. La
Declaración también reconoce el sufrimiento que les ha
causado el colonialismo y lamenta que los efectos y la
persistencia de estas prácticas se encuentren entre los
factores que contribuyen a desigualdades sociales y
económicas duraderas en muchas partes del mundo de
hoy
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